viernes, 7 de marzo de 2014

LOS HIJOS DE DIOS

1 Juan 3 Los hijos de Dios 3 Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a El. 2 Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El porque le veremos como El es. 3 Y todo el que tiene esta esperanza puesta en El, se purifica, así como El es puro. 4 Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley. 5 Y vosotros sabéis que El se manifestó a fin de quitar los pecados, y en El no hay pecado. 6 Todo el que permanece en El, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido. 7 Hijos míos, que nadie os engañe; el que practica la justicia es justo, así como El es justo. 8 El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo. 9 Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 10 En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano. 11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros; 12 no como Caín que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Amemos de hecho, no de palabra 13 Hermanos, no os maravilléis si el mundo os odia. 14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte. 15 Todo el que aborrece a su hermano es homicida, y vosotros sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. 16 En esto conocemos el amor: en que El puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. 17 Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él? 18 Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. 19 En esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de El 20 en cualquier cosa en que nuestro corazón nos condene; porque Dios es mayor que nuestro corazón y sabe todas las cosas. 21 Amados, si nuestro corazón no nos condena, confianza tenemos delante de Dios; 22 y todo lo que pidamos lo recibimos de El, porque guardamos sus mandamientos y hacemos las cosas que son agradables delante de El. 23 Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros como El nos ha mandado. 24 El que guarda sus mandamientos permanece en El y Dios en él. Y en esto sabemos que El permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado. Un Encuentro Con la Palabra Reflexiones Cristianas – Al otro lado de la puerta Había un médico del campo que llevaba su perro consigo cuando iba a visitar a sus pacientes. El perro se quedaba afuera mientras el médico entraba en las casas para atender a la gente. En una ocasión, el médico visitó la casa de un hombre con una enfermedad grave. Al hombre le quedaba poco tiempo de vida. El enfermo confesó al médico que tenía miedo y le preguntó: “¿Cómo es la muerte?” El médico se quedó pensando. Luego se levantó y abrió la puerta de la casa. Su fiel amigo canino entró gozosamente, saltando de alegría al poder estar de nuevo con su amo. El médico miró al hombre moribundo y le dijo: “¿Ves a este perro? No tenía la menor idea qué había de este lado de la puerta. Lo único que sabía era que su amo estaba ahí, y quería estar con él.” “Así me siento en cuanto a la muerte,” el sabio continuó. “No puedo explicar todo lo que pasará, ni cómo se sentirá. No estoy de todo seguro qué habrá al otro lado de esa puerta. Pero yo sé quién está ahí, y eso me es suficiente. Estaré para siempre con mi Amo.” La muerte es una cosa que da miedo. Hay mucha incertidumbre. Hay muchas cosas que yo desconozco. Algunas personas dicen poder explicar exactamente qué pasará cuando lleguemos a ese momento. Yo no. No sé todos los detalles de lo que pasará. Otros quieren debatir cómo será la vida después de la muerte. No me uno a esas conversaciones. Hay mucho que yo no sé. Pero sé quién me espera al otro lado de la puerta. Cuando deje este mundo, iré para estar con Jesucristo. Ese conocimiento me basta. El apóstol Juan escribió: “Queridos hermanos, ya somos hijos de Dios. Y aunque no se ve todavía lo que seremos después, sabemos que cuando Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es.” (1 Juan 3:2) No sabemos lo que seremos, pero seremos como él. Y estaremos con él. No tenemos que temer lo que está del otro lado de la puerta. Podemos enfocarnos en quién está al otro lado. ¿No es la mejor forma de enfrentar el final de nuestra vida terrenal?

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