miércoles, 20 de noviembre de 2013

LA VISTA

Ecl.6.9. Más vale vista de ojos que deseo que pasa. Y también esto es vanidad y aflicción de espíritu. Mat.20.32. Y deteniéndose Jesús, los llamó, y les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Mat.20.33. Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos. Mat.20.34. Entonces Jesús, compadecido, les tocó los ojos, y en seguida recibieron la vista; y le siguieron. Mar.10.46. Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando. Mar.10.47. Y oyendo que era Jesús nazareno, comenzó a dar voces y a decir: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mar.10.48. Y muchos le reprendían para que callase, pero él clamaba mucho más: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí! Mar.10.49. Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle; y llamaron al ciego, diciéndole: Ten confianza; levántate, te llama. Mar.10.50. Él entonces, arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús. Mar.10.51. Respondiendo Jesús, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista. Mar.10.52. Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino. 2Co.5.1. Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. 2Co.5.2. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; 2Co.5.3. pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. 2Co.5.4. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. 2Co.5.5. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. 2Co.5.6. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor 2Co.5.7. (porque por fe andamos, no por vista); 2Co.5.8. pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.

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